11 ene 2011

EL POETA LUIS NIETO MIRANDA QUE YO CONOCÍ



Por Alejandro Medina Bustinza*

PERÚ-Lima: Ser poeta, y haber vivido como poeta, invita a que se digan tantas cosas de él, que a buena cuenta se van convirtiendo en algunos casos, en raros y extraños querubines del amor; en misteriosos fabricantes de infinitos jardines escondites de Romeos y Julietas. Más aun, cuando en vida se tuvo acaso actitudes singulares: bohemios, jaraneros, enamoradores de los habitantes del Olimpo de jardineras o de las musas terciopelos sabor a caña pura de lugar, como decía Vallejo. Conforme van transcurriendo el tiempo, éstas, se van convirtiendo en fábulas de antorchas quimeras, de biografías increíbles. Nada de aquellos sucederían sino fuera que en gran parte, o casi en su totalidad, tiene mucho de verdad en la vida cómo vive o vivió un poeta auténtico.

Algo así recuerdo al gran poeta cusqueño Luis Nieto Miranda. El Cholo Nieto, como así gustaba y exigía que lo llamen, y todos le aclamábamos con especial aprecio de

admiración y consideración a su enorme figura de hombre hecho de tierra, y de piedra maciza tallada en las praderas pajonales de Sicuani-Cusco.

Eran los años 1978-1980. El Perú atravesaba los sinsabores de la dictadura de Morales Bermúdez. Yo había ingresado a San Antonio Abad del Cusco, fueron años donde los estudiantes nos enfrentábamos a las arbitrariedades entreguistas de un gobierno militar. Se agitaban por todas partes levantamientos, protestas continuadas, sindicatos en huelgas, especialmente del sector magisterial adjuntos al SUTEP de aquel entonces, cuando en su composición sindical aun se mantenía y se fermentaba la mejor participación y democracia de los maestros, cumpliéndose así su rol de defensor de los derechos de los trabajadores.

Me fue difícil acostumbrarme a estudiar todo el día, por cuanto yo había terminado mis estudios secundarios en el turno noche en la GUE Ricardo Palma-Lima, y trabajaba de día para sostenerme. Por ahí, las veces cuando se producían los debates clásicos de los estudiantes en sus heterogéneos planteamientos políticos, en los patios de los pabellones de la universidad, o en el Paraninfo donde funcionaba la facultad de derecho, Plaza de Armas del Cusco, en estas porfías yo escuchaba mencionar a los estudiantes el nombre del poeta, el cholo Nieto. Entonces tuve de pronto grandes ganas de conocerlo. Me decían que dictaba clases de Literatura Peruana en la facultad de educación; para matricularse a su curso habría que estar ya en los ciclos superiores. Yo apenas estaba empezando mis estudios, afortunadamente en educación.

Fue así, cuando en uno de esos debates, desde algún pasillo de la universidad, otra vez llegaron a mis oídos: ¡ahí está el poeta terrible…el cholo Nieto…está pasando por allá…¡. Sin perder tiempo, dejé de escuchar los altercados y me fui corriendo hacia el encuentro de aquel trovador para apaciguar a mis pretensiones urgentes en querer conocerlo y pueda al fin calmar mi deseo. Efectivamente, allí estaba, caminando por la vereda angosta que atravesaba el centro de la universidad. Iba rodeado de varios estudiantes hablando no sé de qué asuntos, pero todos complacidos escuchaban atentos su ronquido voz del poeta, para luego romper en carcajadas colectivas. Yo, a principio imaginé al poeta en un esbelto personaje de enorme figura colosal, vestido con terno azul o verde acaramelado, con sus anteojos redondos, de tenues bigotes y con el castellano haciendo gala en sus labios de vate parco, esparciendo palabras difíciles de descifrar. Nada de eso hallé al acercarme al poeta.


Finalmente el poeta estaba allí, y era todo lo contrario de lo que me había supuesto. Transitaba entablando conversaciones voceadas, expresivas, haciéndome recordar la dulzura del canto de los cheqollos. Como todo hijo de su tierra, pero también del mundo, afirmaba su doctrina de fe en su pueblo, de sus convicciones de luchador social. Sus labios no tanto gruesos pero firmes, dejaban escuchar las contiendas de las palabras excitantes surgidas de sus más escondidos sentimientos. Su piel de paja brava de las alturas, una hilera de su cabellera colgándose discretamente por entre su oreja izquierda como finitos riachuelos que bajan desde las alturas de Ausangate. Su frente ancha, su pelo lacio semiblanco, puesta su boina negra recostado a un lado de su cabeza. Sus ojos grandes me miraban como queriendo decirme ¿Cómo estás waukichay…? ven y hablemos de las pestes que han llegado desde hace varios siglos atrás, y nos han jodido la vida; necesitamos estar juntos para hacer pichi sobre estas plagas…! Solía decirnos así al observar nuestras divisiones partidarias en la colectividad estudiantil de aquellos años. Pues nos reclamaba la unión.

Los estudiantes de la fracción progresista estábamos confrontados, por un lado los Pukallaktas, acaso más radicales en sus apreciaciones políticas, y por el otro, los que conformaban el sector de la futura Izquierda Unida, como patria roja, UDP, PCP entre otros. Las confrontaciones se producían frente a la convivencia y conservadora ideología de la derecha, que estaba representado por los partidos conocidos: PPC, Acción Popular, y APRA, especialmente de este último cuando aún vivía Haya de la Torre. Las palabras del poeta nos demandaba la unidad. Su picaresco verbo nos causaba agitaciones de emoción patriótica y otra vez soltábamos carcajadas de puro arrojo y agrado poético al oír sus ocurrencias llenas de mofas y sarcasmos contra la dictadura militar y la derecha peruana.

Tenía un pómulo y mentón recio, contextura gruesa, de porte mediano y sus manos anchas y fuertes me hacían ver que nada de lo que me había imaginado acerca de su aspecto físico, era cierto. Llevaba bajo su brazo una especie de cartapacio, de color marrón, usado y repleto de apuntes, librillos con algunas de sus páginas semi dobladas, señaladas probablemente para ofrecernos su lectura de algún poema que quería que escucháramos y nos deleitáramos como él lo vivía.

Pasado el primer ciclo a duras penas, por cuanto me hacia difícil sostenerme haciendo pequeños trabajitos o ayudando escoger los plátanos desde las tres de la mañana en la casa que me había acogido amablemente. Yo, estaba acostumbrado a trabajar, tener mis centavos, pero allá en el Cusco se estudiaba sólo de día y eso me trajo penurias. Había rumores acerca del poeta, las probabilidades de que iba dejar de dictar clases. Estaba solicitado, requerían su participación en la política para futuros escrutinios. Sería parte de un nuevo frente llamado Izquierda Unida que empezaba aparecer encabezado por Alfonso Barrantes. La idea estuvo bien; hubo un esperanzador inicio para las expectativas del sector mayoritario del pueblo peruano, pero después los dirigentes y algunos parlanchines seudo izquierdistas sólo buscaron acomodarse. Ahora pienso, acaso utilizaron la presencia activa de algunos honestos intelectuales, poetas, políticos, dirigentes, y se olvidaron de lo fundamental: que todo movimiento político debe nacer de las bases y apoyarse en ellas. Ellos se olvidaron del pueblo.

No esperé en llegar al noveno ciclo y me matriculé antes, en Literatura Peruana, curso que dictaba el poeta. Cuando asistí el primer día a su clase, lo primero que nos preguntó fue de dónde éramos. Todos indicamos nuestra procedencia; entonces cuando yo anuncié mi origen apurimeño, recuerdo claramente, me miró con un asombro de aspaviento pero también agradable a la vez. Advertí en su sonrisa una expresión viable y siempre dispuesta para hacer la amistad, porque enseguida me dijo:

―¡Ah…carajo…que bueno, entonces eres un huaca chuta… tú eres huaca chuta y monta chúcaras… bienvenido waukichay, aquí purificaremos tu oficio de abigeo...!
Y todos terminamos en risas elevadas embriagados de fantasías, imaginaciones picarescas que nos provocaban sus palabras altisonantes. Porque como poeta era dueño de una fina y fuerte personalidad, campechano, y por supuesto convicto y confeso de una filiación política a favor del las grandes mayorías, junto a una fe inconmensurable hacia su pueblo.

La manera cómo exponía sus clases, en nada se parecía a la forma clásica que conocemos, es decir, previa a una ruta trazada de apuntes, lo que llamamos preparación de clases. Nada de eso traía el cholo Nieto. Sus clases consistían en su propia historia vivida en los sinsabores de la práctica literaria, sindical, política, al lado de reconocidos dirigentes sociales, poetas, narradores y artistas de todo orden. Nos narraba con especial acento de su voz, a veces con algo de ronquido, en otras sonoros y de vibrantes asonancias, junto a su particular apego a una raza, su lenguaje andino, mestizo, apasionado por la vida y la política. Era un conversador congénito y auténtico.

Yo disfrutaba de sus historias al escucharle de las veces que fue perseguido y deportado a Bolivia en 1932, cuando tenía sus 21 años, y publicó su primer libro “Poemas perversos”. Nos leía algunos de sus versos de aquel poemario con elevada sentida de animación triunfal. Detallaba con gran maestría haciéndonos saber de sus experiencias coexistidas con Pablo Neruda y Vicente Huidobro con quienes vivió en Chile algo de 8 años. Las incontables anécdotas de Neruda con Vallejo, de Palma con Gonzales Prada, de Mariano Melgar con la revolución Pumacahua; y con todas aquellas nos picaba nuestra atención. Más aún, cuando se refería a la personalidad y la importancia del estudio de las obras de Manuel Gonzales Prada, José Carlos Mariátegui, Vallejo, José María Arguedas etc. nos demandaba que todo estudiante deberíamos asumir la lectura de Los Siete Ensayos, Páginas Libres o Horas de Lucha, Los Ríos profundos, Poemas Humanos etc.

Una mañana antes de entrar al aula, le preguntamos acerca de su nacimiento. Con su ironía característica, nos respondió: —“…Yo soy 10, 10, 10. En todo soy 10, 10, 10, nací 10 de octubre de 1910. También son 10 las mujeres que más he amado y amo hasta ahora. Cuando estuve preso en Bolivia me correspondió la celda No 64. Pues 6 + 4 es 10…”― Algo así nos refería.

Y así, seguía enumerándonos algunas de sus ocurrencias con respecto a 10, 10, 10. Luego nos explicaba los detalles, y hallábamos que aquellas mujeres eran algunas personalidades femeninas de la historia peruana que él tanto admiraba, y no se cansaba mencionarlas a cada momento. Otras, de su entorno familiar y de la poesía popular, como: Tomasa Tito Condemayta, Micaela Bastidas, su abuela, su madre, su esposa, la cantante Mercedes Sosa, Alicia Maguiña, La Alondra de Condemayta y entre otras más.

Un poeta debe vivir y sentir la palabra, para crear a partir de sus emociones de hombre libre, que ama al mundo y escribe su realización verbal de manera intensa. Eso era Luis Nieto Miranda en aquellos años cuando le conocí por unos cuatro o cinco meses. La huelga de los maestros por más de tres meses no se hizo esperar el apoyo de algunas universidades nacionales. Recuerdo al poeta Nieto sumándose a la huelga de hambre junto a varios maestros del SUTEP, para eso se había tomado la iglesia Compañía de Jesús del Cusco.

En una ocasión, el poeta nos citó a unos cuantos estudiantes de su entorno a la chichería “La Chola” ubicada en la calle Pumakurko. Y ahí fuimos a tomar chicha de jora fuerte, frutillada preparada con un poco de aguardiente. Le encantaba ir a las picanterías, bailar emocionado en la fiesta grande de Inti Raimi, entonces daba rienda suelta a sus picarescos dichos, a su carácter de enamorador gozoso y jocoso. Se sentía complacido y orgulloso de la música cusqueña. En especial del conjunto musical “Condemayta de Acomayo”. Decía que era la más auténtica de su género porque su canto brotaba con la naturalidad de los maktazos y pasñachas jugueteando entre los ichus, sin rodeos ni arreglos de refinamientos extra musicales. Las canciones de Condemayta llegaron a emocionarme sobre manera hasta el alma mía. Estaría siempre escuchando: “Destino”, “Challhuaschallay”, “Serenata” y entre otras. Cuando yo volvía a Lima, en el Callao puse una vez la música de este conjunto cusqueño, en una reunión familiar de mi difunta esposa. Todos me miraron sorprendidos como si hubiera cometido algún crimen. Creo que hasta desprecio y burla se tenía. Entonces entendí que el Perú estaba bien jodido, alienado, enfermo, y la ignorancia capeaba por todas partes. Felizmente hoy, un poco ha cambiado. Cuanta razón tenía el Cholo Nieto y la necesidad de prepararnos para hacer frente a todas estas epidemias.

Quisiera finalizar con algunas propias palabras del gran maestro y poeta Luis Nieto Mirando, con quién acaso creció mucho más mi apego a la poesía. Las palabras del poeta las encontré en un texto de antología: a Mario Florián, Luis de Rodrigo y Luis Nieto, publicado por la Prensa del Ministerio de Educación en 1945. El autor de “Charango” nos dice:
”Como ninguna otra, la mía, ha sido y seguirá siendo una generación dispersa. La menos literaria de todas las generaciones canchinas. Apenas si una que otra quimera y cierto tono galante que florecía con estruendo en aquellas noches en que las guitarras y el charango y las lindas mujeres de mi tierra encendían la sangre y las miradas. A muy pocos, dos o tres apenas, nos picó el afán de la aventura y la bohemia. Nosotros ya no leíamos a Vargas Vila ni nos encerrábamos para saber de las tonterías de Lorrain, de Guido de Verona o de Pitigrilli. Pensábamos ya en el mensaje ardido y limpio de José Carlos Mariátegui, en su gallarda actitud de combatiente y en esa su ejemplar conducta de escritor y de hombre, con una filiación y una fe. Por tanto, nuestra pasión debía ser distinta. Teníamos otra afán…un mandato de la vida y de esa época, un apenas entrevisto deber para con el pueblo sufrido del que salimos, nos hizo enarbolar una bandera y acariciar una esperanza…”

Qué duda cabe, el poeta Luis Nieto Miranda que yo conocí, fue un hombre alegre, auténtico, polémico e instigador de estudio y práctica en los corazones de la juventud. Que estas líneas sirvan para elevar su presencia en la historia de la poesía peruana y Latinoamérica. Es el mayor deseo de este su seguidor de la palabra, que tuvo la dicha de compartir y escuchar sus clases en la Universidad San Antonio Abad del Cusco. Por ahora eso es todo.

Callao, 15 de noviembre del 2010


Apurunku
Alejandro Medina Bustinza*PPdM: